domingo, 23 de noviembre de 2014

MAREMOTO DE CÁDIZ

EL MAREMOTO DE CÁDIZ.

El uno de Noviembre de 1755 la capital gaditana se despierta una mañana más con la brisa marina, el día despejado y, como siempre, algo de viento que agita tranquilamente las olas del mar.
Aparentemente es un día como otro cualquiera; algunos barcos salen camino al nuevo mundo, otros vienen llenos de conquistas, los párrocos ofician misa y los ciudadanos se concentran en sus quehaceres cotidianos.

Son casi las 10 de la mañana. Extrañamente, el cielo ha comenzado a nublarse. Parece que se avecina una gran tormenta. De pronto comienza a notarse un leve temblor en el suelo, la gente se asusta y empieza a correr despavorida por las calles. Nadie sabe qué ocurre. Las casas vibran, el viento sopla con fuerza y súbitamente los gaditanos se convierten en testigos mudos de cómo unas grandes “lenguas” de agua entran con brusquedad a través de las estrechas calles de la ciudad, arrasando todo allá por donde van.

Los más rápidos consiguen escapar gracias a las azoteas, pero otros con menos suerte perecen ahogados.

España, todavía sin saberlo, acaba de ser víctima de uno de los acontecimientos meteorológicos más destructivos de los que se tiene constancia hasta la actualidad. “El terremoto de Lisboa”, nombre que se dio al fenómeno, pudo haber acabado con la vida de miles de personas si no hubiese sido por el desconcertante y repentino retroceso de las olas.

Desde la más remota antigüedad, para predecir futuros movimientos de tierra, se prestaba atención al estado del cielo al amanecer, a los vientos, al estado del mar e incluso al olor de las aguas… Sin embargo, nada de esto sirvió aquel lejano día para anticipar la violencia desatada por un movimiento de tierra que podría haber tenido consecuencias catastróficas en ciertos lugares de la península e incluso fuera de ella.

El terremoto de Lisboa, que alcanzó los 9 grados de magnitud en la escala Richter, es considerado aún hoy uno de los más destructivos de la historia. Las olas que se desataron en el sur de la Península Ibérica pudieron haber sobrepasado los 15 metros de altura, y según se tiene constancia ahogaron a 15 personas repartidas por toda la capital gaditana.

El movimiento sísmico, convertido en maremoto en ciertas ciudades como Cádiz o Conil, arrasó todo lo que encontró por delante y afectó en distinto grado a varios países como Marruecos, Portugal y España.

La envergadura de este acontecimiento fue tal que el rey Fernando VI ordenó sondear a la población. Así, se llegó a realizar una especie de encuesta preguntando a los habitantes de cada pueblo si habían notado el temblor. Del primitivo estudio de opinión se encargaron las personas más cultas de cada lugar.

Las cartas que se enviaron desde Cádiz fueron numerosas, pero entre ellas destacan las de Antonio de Azlor, gobernador de la ciudad, quien contaba que notaron unos temblores de cinco minutos que sólo causaron destrozos en algunas casas y no se tuvieron que lamentar víctimas. Sin embargo, al cabo de una hora aproximadamente, el agua del mar comenzó a penetrar por la ciudad dejando inundados barrios como La Viña o caminos que unían Cádiz con otras ciudades como “La Isla de León” (San Fernando).

También resultan relevantes las cartas de Louis Godin, profesor de matemáticas y observador de varios terremotos en su vida. Godin describe en sus cartas la mañana “clara y serena” con la que se levantó la ciudad, el “leve movimiento de tierra” y cómo aproximadamente una hora después del temblor, “lejos de la ciudad, hacia el Oeste, el mar estaba muy encrespado, y venían sobre Cádiz olas muy extensas y altísimas; en efecto llegaron en seguida sobre la ciudad, embistiendo furiosamente a la capital”.

Pero ésta no es la única mención que vincula el maremoto con la divina providencia. Existen varios documentos que atestiguan la intervención de dos vírgenes en Cádiz para ayudar a conseguir el retroceso de las gigantescas olas que amenazaban a la ciudad.

La primera de ellas es la Virgen del Rosario, conocida por ser la Patrona de Cádiz. Se cuenta que los gaditanos sacaron la imagen de su santuario para que ésta intercediera ante Dios, situándola ante toda clase de “gentes” que se agolpaban frente a la iglesia huyendo del peligro. Dicen que el agua retrocedió entonces con “velocidad extraña” y aunque las olas se sucedieron no causaron ningún tipo de daño.

La segunda mediación parte de la iglesia de La Palma, en el histórico barrio de La Viña. El padre Bernardo de Cádiz y su ayudante Francisco Macías se encontraban oficiando misa mientras el mar se acercaba destruyendo todo lo que se encontraba a su paso. Parece que desde dentro del santuario se escuchaban los gritos de los atemorizados viandantes.

Cuando los clérigos salieron al exterior para saber qué pasaba, observaron cómo penetraba el mar por las calles, y decidieron poner su destino en manos de la Virgen de la Palma, sacando el estandarte y el crucifijo que guardaban en la iglesia.

Cuentan las crónicas que lo clavaron en mitad de la calle y tras gritar: “¡Hasta aquí, Madre Mía!” las aguas comenzaron a retroceder milagrosamente.

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